No hay momento en que la persona no se vea mas expuesta frágil que cuando se enfrenta a la realidad de la enfermedad o la muerte. La palabra que quiero compartir con ustedes , la escuché por
primera vez de labios dé el predicador católico colombiano, Salvador Gómez, y
fue de tal impacto en mi vida que ahora que han pasado muchos años desde que la
escuché aún sigue golpeando mis oídos su mensaje como el primer día( Cielo
y tierra pasarán, más mis palabras no pasarán. Lc. 21,33). El mensaje
que ahora te comparto está lleno de simbolismos y de enseñanzas que podemos
aplicar a nuestra vida diaria, para nuestro beneficio.
El mensaje está tomado del texto de Marcos 10, 46 – 52. La palabra dice así: “Llegan a Jericó. Y cuando salía
de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de
Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. Al
enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: «¡Hijo de David,
Jesús, ten compasión de mí!» Muchos le increpaban para que se callara. Pero él
gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!» Jesús se detuvo y
dijo: «Llamadle.» Llaman al ciego, diciéndole: «¡Animo, levántate! Te llama.» Y
él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús. Jesús, dirigiéndose a
él, le dijo: « ¿Qué quieres que te haga?» El ciego le dijo: «Rabbuní, ¡que
vea!» Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado.» Y al instante, recobró la
vista y le seguía por el camino”. (Biblia de Jerusalén)
La palabra nos habla que Jesús una vez saliendo de Jericó,
Lugar en el que no se manifestó su gracia y poder por la poca fe de sus
habitantes, rodeado por sus discípulos y la multitud que siempre lo seguía, oye
a la distancia una voz que le llama por su nombre moviéndole a detenerse. El
que daba voces para llamar la atención del Señor era El ciego Bartimeo que como
era usual en esos tiempos, vivía de la caridad del pueblo a las puertas de la
ciudad ya que todas las personas que tenían algún defecto físico tenían
prohibido ingresar a ellas.
La biblia dice que este se encontraba sentado junto al
camino mendigando y que cuando por el murmullo de la gente que era el mismo
Jesús que se acercaba se puso a gritar “: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión
de mí!». El sabía que la oportunidad de liberarse de su ceguera y de la
condición miserable de vida que llevaba hasta ese entonces difícilmente se
volvería a repetir. Era el Señor Jesús el que pasaba y con El pasaba la
sanación y la vida.
Sin embargo, hubo “muchos que le increpaban para que se
callara”. ¿Cuantas veces sucede lo mismo en nuestros tiempos? Cuantas veces nuestras
amistades, familiares nos dicen que no le pidamos a Dios por nuestros problemas
y males que nos aquejan sugiriéndonos conformarnos con nuestros males o buscar
su solución en lugares alejados de su amor gracias y protección como son la
brujería, chamanismo, curanderos. Más, ¿qué hizo el ciego?, ¿Guardó silencio?
NOOO!, por el contrario, el gritaba con más fuerza! Con tal ímpetu, su clamor
llegó a los oídos del Salvador.
Hermano y amigo, no desfallezcas en tu clamor, no permitas
que la duda y el mundo te hagan perder la fe. Jesús quiere ayudarte, no te
canses de llamarle y pedirle. Jesús no es indiferente al dolor de sus hijos.
Por ello al escuchar los gritos que sobrepasa el bullicio de la multitud, se
detiene y hace que llamen a quién pronuncia su nombre. Algunos le dicen a
Bartimeo « ¡Animo, levántate! Te llama.» Esas personas son aquellas que Dios
pone a nuestro lado para acompañarnos y apoyarnos en nuestros dolores. EI
inmediatamente, “arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús”. Aquí tenemos
otra enseñanza preciosa y profunda. El manto que llevaba el mendigo,
generalmente fabricado de pelo de camello, significaba para todo para él. Era
su protección contra el frío del desierto, era un techo para en los días de
calor, era su casa, su abrigo y su protección. Pero, al escuchar la voz del
Maestro no lo piensa 2 veces y dejando de lado sus seguridades corre al
encuentro de su Señor que le llama.
Este paso de fe no queda sin recompensa de parte de Jesús.
Nuestro Señor es tan precioso en sus amores y tan profunda su misericordia que
tras preguntarle « ¿Qué quieres que te haga?» le concede la sanación que tanto
anhela y la total liberación de sus males diciéndole: «Vete, tu fe te ha
salvado.»
Amigo y hermano, si te encuentras en un momento de tu vida
en que la enfermedad física o espiritual, el dolor o la soledad son tu
permanente compañía, haz como el ciego de Jericó. Como Bartimeo llama a Jesús.
Aunque todo el mundo te diga que tu problema no tiene solución o que es inútil
pedirle a Dios, no te desanimes y llama a Jesús y El te dará su sanación.
Amigo, hermano, te invito a que en silencio de tu corazón
cierres tus ojos y con desde tu corazón le digas:
Padre celestial, en esta hora te pido que perdones mis pecados y
restaures mi vida. Creo que tu hijo Jesús murió y resucitó por mí; para darme
la salvación y para que yo tuviese vida en abundancia.
En esta hora, le entrego las riendas de mí a Jesucristo y lo proclamo
como el exclusivo Rey y Señor de mi vida. Acepto para mí la gracia que a precio
de sangre Jesús me dio al derramar su sangre en la cruz del calvario y te pido
que por su sangre y con el poder del Espíritu Santo me ayudes y sanes de todos
mis males y enfermedades.
En el nombre de Jesús
Amén.
Gabriel Salgado P.
No hay comentarios:
Publicar un comentario