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Canto Gregoriano, Adorando a nuestro Padre Celestial

El canto gregoriano vuelve al primer plano gracias a los 'monjes blancos' de Austria. Desde remotas eras los cantores han usado este medio de expresiòn como un medio de ADORAR a DIOS; intentado comunicarse con lo inefable, con la divinidad y con todo aquello invisible que soporta lo visible. Una de las manifestaciones del canto, en el contexto teísta occidental, es el Gregoriano, cuyas raíces tendremos que buscar en los servicios sinagogales judíos, pues los primitivos cristianos moldearon mucho de su rito vocal a partir de la recitación y cantilación de textos sagrados, salmos, himnos y plegarias de la tradición judía. Si bien existieron varias escuelas de canto cristiano en la antigüedad, como la Galicana, la Mozárabe, la Ambrosiana y la Francorromana, todas incorporadas a liturgias del mismo nombre, la unificación de algunas de éstas y de sus manifestaciones relacionadas comenzó hacia el siglo VI con el Papa Gregorio I, venerado como Santo y llamado Magno; quien aunque no era músico se interesó por dar unidad al culto. El resultado de la recopilación y ordenamiento de dichas manifestaciones litúrgicas y sonoras, hechas por él, es lo que conocemos como Canto Gregoriano, en el que el Responsorio (alternación de solo y coro) y la Antífona (alternancia de dos coros) son la esencia de una expresión vocal que se interpreta de manera llana, casi como si fuese recitada, y cuya textura homogénea lo hace profundamente meditativo. En el monasterio de la Orden Cisterciense de Nuestra Señora de la Santa Cruz en Austria, el Canto Gregoriano continúa vivo y se mantiene presente en los oficios diarios de los monjes que allí habitan. Estos monjes blancos, nombre por el que se les conoce por su atuendo, han hecho de su hogar, fundado en el año 1133, un lugar de peregrinaje justo a las afueras de Viena. El lema "Ora et labora" (Reza y trabaja) rige la vida de sencillez, alegría, austeridad, oración, lectura meditada y trabajo físico de estos monjes, quienes siguen los mandatos de Roberto de Molesmes, Esteban Harding y San Bernardo. Hoy, esta abadía convoca la atención del mundo gracias a la publicación, como todo un fenómeno, de un disco hecho por ellos en forma honesta y alejada de cualquier pretensión, que contiene una serie de piezas de la tradición gregoriana que transmiten sosiego y calma; ráfagas de luz que invitan a reflexionar, más allá de todo estereotipo, sobre el profundo significado de la frase de San Agustín, «el que canta, ora dos veces». Antífonas, Responsorios, Himnos y la Missa Pro Defunctis, en una interpretación temperada y de total humildad, que podría ser de interés en estos tiempos de desacralización, donde el canto meditativo es visto como una charada camandulera, olvidando que es allí donde se inicia, en parte, la gran aventura sonora de Occidente.

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