La vida es hermosa si tienes a Dios contigo

Hermanos y Amigos

Photobucket

La Necesidad de Alabar en Comunidad

Saludos en Jesús y María queridos hermanos:

Les cuento que el fin de semana del 15 de Noviembre recièn pasado, tuve el gozo de participar en un encuentro que reuniò alrededor de 300 hermanos del sur de chile, que participan en la Renovaciòn en el Espiritu Santo Chilena. El encuentro de 2 dìas estuvo lleno de gracias alabanza y fuerza del Espìritu Santo. En el pude re - descubrir el poder liberador y sanador que encierra cuando el pueblo de Dios, como un sòlo cuerpo alaba a su creador.; Cuando todos los corazones forman uno sòlo con el ùnico objetivo de dar honor y gloria a Dios por medio de la alabanza en comunidad. A esta fiesta acudieron hermanos de Temuco, Villarrica, Pucon, La Uniòn, Osorno, Puerto Montt, Coyhaique y, por supuesto, el anfitriòn, Valdivia. Esos momentos intensos de alabanza y adoraciòn me hicieron recordar la siguiente reflexiòn que ahora quiero compartir con ustedes y espero les ayuden a crecer en esta amor y sabidurìa del cielo de :

Alabanza y adoración

Ambos actos son propios del creyente que reconoce la grandeza de Dios. Ambos son distintivos de la vida piadosa y fuente de enriquecimiento espiritual. Un cristiano vivo alaba y adora a Aquel a quien ama y sirve.Posiblemente muchos verán en el título dos términos sinónimos, pero en realidad no significan exactamente lo mismo. Muchas veces en la alabanza hay adoración y la adoración va acompañada de alabanza, pero no siempre. De ahí la conveniencia de ahondar en el significado de ambas palabras, pues ambas expresan aspectos fundamentales de la experiencia cristiana.

La alabanza

Alabar, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, es «elogiar o celebrar con palabras». Significa también ensalzar o glorificar. La alabanza puede tributarse a una persona por algún hecho o virtud sobresaliente. Pero en la Biblia la alabanza por excelencia se reserva para Dios, hacedor de maravillas y dador de todo bien. Dios es alabado por lo admirable de su obra en la creación (Sal. 104), por la redención de su pueblo (Éx. 15:1-21), por su perdón y su poder restaurador (Sal. 103:1-3) porque él «nos corona de bienes y misericordias» (Sal. 103:4). Es lógico deducir que la alabanza es una expresión gozosa surgida de espíritus agradecidos por lo que Dios es y por lo que hace. Ese gozo, desde los tiempos más antiguos, ha inspirado preciosos cánticos al pueblo de Dios, a menudo acompañados de música instrumental (Sal. 150). La alabanza, como puede verse en muchos de los salmos, ha constituido siempre un elemento esencial en el culto de la comunidad creyente.Este aspecto comunitario de la alabanza invita a la reflexión, dada la importancia creciente que se le da en muchas iglesias, no siempre de modo equilibrado. Es lógico que, si el culto es la hora de encuentro de los creyentes con Dios, éstos le ensalcen y proclamen su gloria. Pero no parece justificado que la alabanza llegue a convertirse en el elemento principal, a veces en detrimento de la predicación de la Palabra. Quizá se olvida que es a través de ella como Dios nos habla. El encuentro con él en el culto no debe reducirse a un monólogo. Ha de ser un diálogo en el que la alabanza sea una respuesta a lo que la Palabra nos dice.Conviene asimismo prestar atención al modo como se practica hoy la alabanza en determinados lugares. En algunas iglesias se ha generalizado el uso de himnarios o cancioneros especiales que se distinguen por el énfasis en cómo el creyente vive su experiencia de la salvación, generalmente de modo triunfalista: todo es gozo, felicidad, victoria. Apenas se hallan referencias a las experiencias de debilidad y derrota. Predomina el elemento sentimental en contraste con un gran déficit doctrinal. El mensaje de los cánticos o «coritos» a menudo es excesivamente pobre, tanto en contenido como en estilo; y a falta de substancia bíblica, e incluso de inspiración poética, se repite machaconamente una misma frase. No pocas veces en algunas iglesias, cuando la canción consta de una sola estrofa, ésta generalmente se repite (en algunos casos más de una vez), sin que por ello se enriquezca su contenido. Lo peor es que algunos de los textos expresan errores doctrinales deplorables o afirmaciones que contradicen la realidad. Podemos recordar el «corito» «No puede estar triste el corazón que tiene a Cristo», pero el Señor mismo estuvo «muy triste» en un momento crucial de su vida (Mt. 26:38). Ese tipo de alarde triunfalista se observa también en himnarios más «clásicos». Viene a mi mente una de las estrofas del conocido himno Firmes y adelante, que en su versión castellana comienza con las siguientes palabras: «Muévese potente la iglesia de Dios». ¿De veras es así? La verdad en la mayoría de los casos ¿no es más bien todo lo contrario? En alguna ocasión he sugerido que se cante «Muévase» (no «Muévese») potente la Iglesia de Dios». Hay mucha diferencia entre el indicativo y el imperativo, entre lo real y lo ideal.La importancia del contenido de la alabanza se hace evidente si tenemos en cuenta uno de sus aspectos esenciales, frecuentemente olvidado. En el Antiguo Testamento la palabra más frecuentemente usada para expresar la idea de alabar es yadah (confesar). En efecto, lo que declaramos cuando alabamos a Dios es una confesión de nuestra fe en él, un proclamación de su magnificencia y de las gloriosas verdades que hallamos en su Palabra. Indirectamente es una predicación a quienes escuchan, especialmente a los que todavía no son creyentes. Por tal razón conviene que la alabanza esté impregnada de Evangelio.Gracias a Dios, y pese a los defectos que puedan observarse en algunos cánticos, todavía son muchos los cantados en nuestras iglesias que transmiten estímulo espiritual. Ensalzan a Dios en lo excelso de su esencia, de sus atributos, de sus obras; exaltan a su Hijo como el Salvador perfecto, y su obra como la mayor maravilla de la historia; honran su Palabra y su fidelidad, lo maravilloso de su gracia... en una palabra, dan relieve a los cimientos de nuestra fe. Lo que sucede es que con demasiada frecuencia cantamos distraídos, sin sopesar reflexivamente lo que cantamos. Cuando alabamos al Señor concentrados, si el texto de nuestro cántico ha nacido de las entrañas del Evangelio, más de una vez nuestra alma se verá bañada en luz celestial. ¡Bendición inefable! Que nada venga a privarnos de ella cuando, en comunión con hermanos nuestros, loamos a nuestro Dios. Lo que acabamos de indicar debería ser la experiencia de todo cristiano, especialmente la de aquellos (si los hay) que dirigen a la iglesia en el canto. Este servicio es sagrado, incompatible con cualquier forma de frivolidad. La finalidad de la alabanza es glorificar a Dios, no exhibirnos a nosotros mismos. Con profunda devoción hemos de hacer nuestras las palabras del salmista: «Alaba, oh alma mía, al Señor. Alabaré al Señor en mi vida, cantaré salmos a mi Dios mientras viva» (Sal. 146:1-2).

La adoración

Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, la adoración suele incluir todos los elementos del culto. Pero nunca debería perderse de vista el meollo del concepto. Los términos bíblicos usados para expresar la idea de «adorar» significan literalmente inclinarse hacia adelante, prosternarse. Es la acción propia del siervo ante su señor; indican respetuoso sometimiento y obediencia. En el lenguaje religioso significa sumisión reverente a Dios, reconocimiento de su soberanía, acatamiento de su voluntad. Es exclamar humildemente: «¡Señor mío y Dios mío!».Esta prosternación ante la divinidad suele efectuarse como resultado de una manifestación extraordinaria de la grandeza divina (Éx. 4:31; Éx. 12:27; Éx. 33:10). Adoramos a Dios maravillados al contemplar, por ejemplo, una espléndida puesta de sol; al recogernos en el silencio de un templo cristiano; al escuchar un coro que alaba a Dios y ensalza sus obras. O al meditar en la muerte redentora de Cristo y en su gloriosa resurrección. En estos casos es relativamente fácil adorar al Señor. Pero hay otras situaciones en las que la adoración parece fuera de lugar o incluso imposible. Sin embargo, el cristiano debe ser un adorador perenne. Veamos algunas de las circunstancias en que debe reconocer con espíritu sumiso la presencia y la intervención de Dios.

Adoración ante las maravillas de la providencia

La inmensa mayoría de personas, en un momento u otro de su vida, tiene la experiencia de que todo le va bien: las dificultades desaparecen; los problemas se resuelven, y todo parece ordenado por una mano benéfica. El ateo dice: «¡Suerte!». El engreído: «Me lo merezco». Pero el creyente ve en ello la providencia amorosa de Dios. Así interpretó el mayordomo de Abraham los acontecimientos que sobre su viaje en busca de mujer para el hijo de Abraham se narran en el capítulo 24 del Génesis. Al ver que todo se había desarrollado de modo maravilloso, «se inclinó y adoró» (Gn. 24:26). La explicación la da él mismo en el versículo siguiente: «Bendito sea Yahvéh, que no apartó de mi amo su misericordia y su fidelidad, guiándome Yahvéh en el camino a casa de los hermanos de mi amo». Se daba cuenta de que había un factor divino en cuanto le acontecía. Es lógico que, ante la manifestación evidente del Señor de su señor, se inclinara y adorara. ¿Es esa nuestra actitud cuando la vida nos sonríe con experiencias placenteras o, como los escépticos, también pensamos que «es normal»? Reconocer la inserción de Dios en nuestra vida es el principio de la verdadera piedad.

Adoración ante lo incomprensible

Es relativamente fácil reconocer al Dios presente en situaciones de bienestar. No lo es tanto cuando hemos de enfrentarnos con pruebas duras, cuando fácilmente nos asaltan dudas sobre el poder y el amor del Altísimo, cuando no entendemos el porqué de muchas cosas, cuando la realidad de lo que sucede parece contradecir las promesas divinas. Este fue el problema de Abraham cuando Dios le pidió que le ofreciera su único hijo, Isaac, en sacrificio. ¿Cómo podía armonizarse la muerte del unigénito con la promesa que Dios había hecho al padre? ¡Incomprensible misterio! Pese a todo, Abraham se mantuvo sumiso ante la soberanía de Dios y se dispuso a consumar el sacrificio con su propia mano, convencido de que Dios es poderoso aun para resucitar a los muertos. Por eso, llegados a la falda del monte Moriah, dice a sus siervos: «Esperad aquí con el asno, y yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos, y volveremos a vosotros» (Gn. 22:5). Adoración, acatamiento de la soberanía divina aun sin entender. La fe en pugna con la razón, pero sometiéndose a Dios. Cree y actúa «en esperanza contra esperanza... plenamente convencido de que Dios es poderoso para hacer lo que ha prometido» (Ro. 4:18, Ro. 4:21).Más impresionante, si cabe, es el ejemplo de Job. Un viento huracanado de adversidad se ha desatado sobre él. Ha perdido su hacienda y sus hijos. Pronto perdería su salud. Y quedaría sumido en una perplejidad torturadora al no poder entender la actuación de Dios. ¿Qué hace ante tamaño infortunio? «Se levantó, rasgó su manto, rasuró su cabeza, se postró en tierra y adoró» (Job. 1:20). Comprende que todo en esta vida es contingente y bendice el nombre de Dios, sea cual sea el destino que le tenga reservado (Job. 1:21; Job. 2:10). Eso es adorar.

Adoración ante el Cristo glorificado

En el capítulo 5 del Apocalipsis hallamos una descripción sublime del Señor Jesucristo. Es el Cordero de Dios (Ap. 5:6) que quita el pecado del mundo, el único que puede abrir los sellos de la historia humana. Lo más sobresaliente es que con su sangre nos redimió (Ap. 5:9). La magnificencia de su obra le hace acreedor a «la alabanza, el honor, la gloria y el dominio por los siglos de los siglos» (Ap. 5:13). Ante una visión tan maravillosa, no sorprende lo que los «cuatro seres vivientes» (seres celestiales) y los «veinticuatro ancianos» (representando a la totalidad del pueblo de Dios) hicieron: «se postraron sobre sus rostros y adoraron al que vive por los siglos de los siglos» (Ap. 5:14). ¿Podemos abstenernos de hacer lo mismo nosotros hoy, individualmente y como iglesia? La adoración también tiene una dimensión comunitaria. La Iglesia cristiana ha de ser una Iglesia adoradora que reverentemente, con gratitud y entrega, se postra ante su Señor.

A modo de conclusión, valga un último ejemplo. Cuando en días de Moisés la gloria de Yahvéh (la shekinah) descendía sobre el tabernáculo a ojos de todo el pueblo, «se levantaba cada uno a la puerta de su tienda y, postrado, adoraba» (Éx. 33:10). Nosotros, pueblo cristiano, vemos resplandecer la gloria de Dios de modo inefable en la faz de Jesucristo (2 Co. 4:6). ¿No le adoraremos? ¿No confesaremos: «Oh Dios, tú eres nuestro Señor. Como siervos, nos sometemos gozosamente a ti. Ayúdanos a hacer tu voluntad»? Sí, y en el seno de la comunidad creyente, nos diremos unos a otros: «Venid, adoremos y postrémonos; arrodillémonos delante del Señor, nuestro Hacedor» (Sal. 95:6).En esa experiencia de adoración seguramente no faltará la alabanza, el gozo profundo. Y ello nos moverá a cantar: «Con labios de júbilo te alabará mi boca» (Sal. 63:5). Motivos no nos faltan. Si no hallamos ninguno, haremos bien en leer el Salmo 136. El estribillo no puede ser más expresivo: «porque para siempre es su misericordia».

GABRIEL SALGADO

ESTE BLOG ESTA DEDICADOA LOS MÙSICOS CRISTIANOS.
EN EL PUEDEN VER PUBLICACIONES RELACIONADAS CON SU ACTIVIDAD APOSTÒLICA, COMENTAR Y SUGERIR TEMAS

GRACIAS SEÑOR

Hola amigos y hermanos. Espero que las bendiciones del Dios del cielo estèn colmando sus vidas. En esta oportunidad quiero compartir con ustedes un salmo que ha marcado la mìa desde que lo leì por primera vez hace algùn tiempo. Ademàs he anexado un comentario de Juan Pablo II respecto a este mismo. De corazòn espero que este sea un salmo de bendiciòn para todos.

Gabriel Salgado

Acción de Gracias (Salmo 137). 1 "Te doy gracias, Señor, de todo corazón;delante de los ángeles tañeré para ti,

2 me postraré hacia tu santuario,daré gracias a tu nombre: por tu misericordia y tu lealtad,porque tu promesa supera a tu fama;

3 cuando te invoqué, me escuchaste,acreciste el valor en mi alma. 4 Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra,al escuchar el oráculo de tu boca;

5 canten los caminos del Señor,porque la gloria del Señor es grande. 6 El Señor es sublime, se fija en el humilde,y de lejos conoce al soberbio. 7 Cuando camino entre peligros, me conservas la vida;extiendes tu brazo contra la ira de mi enemigo,y tu derecha me salva. 8 El Señor completará sus favores conmigo:Señor, tu misericordia es eterna,no abandones la obra de tus manos." COMENTARIO AL SALMO 137

[Es un canto de acción de gracias, que a su vez dispone el corazón del orante para terminar en súplica confiada.- La Biblia de Jerusalén da a este salmo el título de Himno de acción de gracias.- Para Nácar-Colunga el título del salmo es Canto de acción de gracias. Puede entenderse como un himno de alabanza a Dios por haber dado cumplimiento a sus promesas de liberación. El salmista, habiendo recibido de Dios un gran beneficio o conjunto de beneficios, le da gracias en el templo. El beneficio es tan singular, que todos los reyes de la tierra alabarán a Yahvé cuando oigan la palabra de su boca. En verdad, esto sólo tuvo realización plena en el Mesías, cuya resurrección fue la salvación del mundo entero.- «Acción de gracias por los dones recibidos, y actitud de confianza esperando la protección de Dios en los nuevos peligros que nos acechan. En nuestro caminar, la eucaristía es, por excelencia, la acción de gracias y la nueva gracia» (J. Esquerda Bifet).] * * * Yahvé, libertador y protector

El salmista parece hacerse eco de los sentimientos de gratitud del pueblo al ser liberado de la opresión babilónica. Así, alaba a Yahvé por el cumplimiento de sus antiguas promesas, lo que servirá para que todos los reyes de la tierra reconozcan su señorío y poder. Esta esperanza de conversión de las naciones aparece en Salmo 101,15-16 y en la segunda parte del libro de Isaías (cc. 40-66). El poeta quiere declarar las alabanzas de su Dios ante los supuestos dioses [= delante de los ángeles] de las otras naciones (v. 1). Esto no quiere decir que reconozca las divinidades de los pueblos gentílicos, sino que se dispone a cantar las alabanzas de Yahvé en medio de un ambiente idolátrico, declarando su superioridad sobre todo lo que es objeto de adoración por parte de los gentiles. La liberación del pueblo israelita es una prueba del poder del nombre del Señor. Por ella reconocerán su soberanía todos los reyes de la tierra. Al ver el cumplimiento de las antiguas promesas, le reconocerán como Dios único y salvador. En efecto, por excelso y encumbrado que esté Yahvé en los cielos de los cielos, no se desentiende de los humildes, a los que dispensa su protección, mientras que al altivo y soberbio le conoce (le tiene ante sus ojos escrutadores), pero de lejos, pues no le dispensa su protección (v. 6). La distancia no impide que esté al tanto de sus inicuas acciones; pero su mirada, lejos de ser protectora, es justiciera y punitiva. El salmista tiene experiencia personal de la protección divina, que le salva de la angustia y, al mismo tiempo, castiga inexorablemente a sus enemigos (v. 7). Seguro del auxilio divino, pide a Yahvé que continúe favoreciéndole, cumpliendo así sus promesas. Israel es la obra de sus manos, y, en consecuencia, no debe dejarla incompleta, sino protegerla hasta que alcance la plenitud prevista en sus augustos designios (v. 8). [Maximiliano García Cordero, en la Biblia comentada de la BAC] * * *

CATEQUESIS DE JUAN PABLO II

Himno de acción de gracias

1. El himno de acción de gracias que acabamos de escuchar, y que constituye el salmo 137, atribuido por la tradición judía al rey David, aunque probablemente fue compuesto en una época posterior, comienza con un canto personal del orante. Alza su voz en el marco de la asamblea del templo o, por lo menos, teniendo como referencia el santuario de Sión, sede de la presencia del Señor y de su encuentro con el pueblo de los fieles. En efecto, el salmista afirma que «se postrará hacia el santuario» de Jerusalén (cf. v. 2): en él canta ante Dios, que está en los cielos con su corte de ángeles, pero que también está a la escucha en el espacio terreno del templo (cf. v. 1). El orante tiene la certeza de que el «nombre» del Señor, es decir, su realidad personal viva y operante, y sus virtudes de fidelidad y misericordia, signos de la alianza con su pueblo, son el fundamento de toda confianza y de toda esperanza (cf. v. 2). 2. Aquí la mirada se dirige por un instante al pasado, al día del sufrimiento: la voz divina había respondido entonces al clamor del fiel angustiado. Dios había infundido valor al alma turbada (cf. v. 3). El original hebreo habla literalmente del Señor que «agita la fuerza en el alma» del justo oprimido: es como si se produjera la irrupción de un viento impetuoso que barre las dudas y los temores, infunde una energía vital nueva y aumenta la fortaleza y la confianza. Después de esta premisa, aparentemente personal, el salmista ensancha su mirada al mundo e imagina que su testimonio abarca todo el horizonte: «todos los reyes de la tierra», en una especie de adhesión universal, se asocian al orante en una alabanza común en honor de la grandeza y el poder soberanos del Señor (cf. vv. 4-6). 3. El contenido de esta alabanza coral que elevan todos los pueblos permite ver ya a la futura Iglesia de los paganos, la futura Iglesia universal. Este contenido tiene como primer tema la «gloria» y los «caminos del Señor» (cf. v. 5), es decir, sus proyectos de salvación y su revelación. Así se descubre que Dios, ciertamente, es «sublime» y trascendente, pero «se fija en el humilde» con afecto, mientras que aleja de su rostro al soberbio como señal de rechazo y de juicio (cf. v. 6). Como proclama Isaías, «así dice el Excelso y Sublime, el que mora por siempre y cuyo nombre es Santo: "En lo excelso y sagrado yo moro, y estoy también con el humillado y abatido de espíritu, para avivar el espíritu de los abatidos, para avivar el ánimo de los humillados"» (Is 57,15). Por consiguiente, Dios opta por defender a los débiles, a las víctimas, a los humildes. Esto se da a conocer a todos los reyes, para que sepan cuál debe ser su opción en el gobierno de las naciones. Naturalmente, no sólo se dice a los reyes y a todos los gobiernos, sino también a todos nosotros, porque también nosotros debemos saber qué opción hemos de tomar: ponernos del lado de los humildes, de los últimos, de los pobres y los débiles. 4. Después de este llamamiento, con dimensión mundial, a los responsables de las naciones, no sólo de aquel tiempo sino también de todos los tiempos, el orante vuelve a la alabanza personal (cf. Sal 137,7-8). Con una mirada que se dirige hacia el futuro de su vida, implora una ayuda de Dios también para las pruebas que aún le depare la existencia. Y todos nosotros oramos así juntamente con el orante de aquel tiempo. Se habla, de modo sintético, de la «ira del enemigo» (v. 7), una especie de símbolo de todas las hostilidades que puede afrontar el justo durante su camino en la historia. Pero él sabe, como sabemos también nosotros, que el Señor no lo abandonará nunca y que extenderá su mano para sostenerlo y guiarlo. Las palabras conclusivas del Salmo son, por tanto, una última y apasionada profesión de confianza en Dios porque su misericordia es eterna. «No abandonará la obra de sus manos», es decir, su criatura (cf. v. 8). Y también nosotros debemos vivir siempre con esta confianza, con esta certeza en la bondad de Dios. Debemos tener la seguridad de que, por más pesadas y tempestuosas que sean las pruebas que debamos afrontar, nunca estaremos abandonados a nosotros mismos, nunca caeremos fuera de las manos del Señor, las manos que nos han creado y que ahora nos siguen en el itinerario de la vida. Como confesará san Pablo, «Aquel que inició en vosotros la obra buena, él mismo la llevará a su cumplimiento» (Flp 1,6). 5. Así hemos orado también nosotros con un salmo de alabanza, de acción de gracias y de confianza. Ahora queremos seguir entonando este himno de alabanza con el testimonio de un cantor cristiano, el gran san Efrén el Sirio (siglo IV), autor de textos de extraordinaria elevación poética y espiritual. «Por más grande que sea nuestra admiración por ti, Señor, tu gloria supera lo que nuestra lengua puede expresar», canta san Efrén en un himno (Inni sulla Verginità, 7: L'arpa dello Spirito, Roma 1999, p. 66), y en otro: «Alabanza a ti, para quien todas las cosas son fáciles, porque eres todopoderoso» (Inni sulla Natività, 11: ib., p. 48); y éste es un motivo ulterior de nuestra confianza: que Dios tiene el poder de la misericordia y usa su poder para la misericordia. Una última cita de san Efrén: «Que te alaben todos los que comprenden tu verdad» (Inni sulla Fede, 14: ib., p. 27).

[Texto de la Audiencia general Miércoles 7 de diciembre de 2005]
ESTOY AGRADECIDO POR TANTO BIEN QUE ME HACES SEÑOR.

Canto Gregoriano, Adorando a nuestro Padre Celestial

El canto gregoriano vuelve al primer plano gracias a los 'monjes blancos' de Austria. Desde remotas eras los cantores han usado este medio de expresiòn como un medio de ADORAR a DIOS; intentado comunicarse con lo inefable, con la divinidad y con todo aquello invisible que soporta lo visible. Una de las manifestaciones del canto, en el contexto teísta occidental, es el Gregoriano, cuyas raíces tendremos que buscar en los servicios sinagogales judíos, pues los primitivos cristianos moldearon mucho de su rito vocal a partir de la recitación y cantilación de textos sagrados, salmos, himnos y plegarias de la tradición judía. Si bien existieron varias escuelas de canto cristiano en la antigüedad, como la Galicana, la Mozárabe, la Ambrosiana y la Francorromana, todas incorporadas a liturgias del mismo nombre, la unificación de algunas de éstas y de sus manifestaciones relacionadas comenzó hacia el siglo VI con el Papa Gregorio I, venerado como Santo y llamado Magno; quien aunque no era músico se interesó por dar unidad al culto. El resultado de la recopilación y ordenamiento de dichas manifestaciones litúrgicas y sonoras, hechas por él, es lo que conocemos como Canto Gregoriano, en el que el Responsorio (alternación de solo y coro) y la Antífona (alternancia de dos coros) son la esencia de una expresión vocal que se interpreta de manera llana, casi como si fuese recitada, y cuya textura homogénea lo hace profundamente meditativo. En el monasterio de la Orden Cisterciense de Nuestra Señora de la Santa Cruz en Austria, el Canto Gregoriano continúa vivo y se mantiene presente en los oficios diarios de los monjes que allí habitan. Estos monjes blancos, nombre por el que se les conoce por su atuendo, han hecho de su hogar, fundado en el año 1133, un lugar de peregrinaje justo a las afueras de Viena. El lema "Ora et labora" (Reza y trabaja) rige la vida de sencillez, alegría, austeridad, oración, lectura meditada y trabajo físico de estos monjes, quienes siguen los mandatos de Roberto de Molesmes, Esteban Harding y San Bernardo. Hoy, esta abadía convoca la atención del mundo gracias a la publicación, como todo un fenómeno, de un disco hecho por ellos en forma honesta y alejada de cualquier pretensión, que contiene una serie de piezas de la tradición gregoriana que transmiten sosiego y calma; ráfagas de luz que invitan a reflexionar, más allá de todo estereotipo, sobre el profundo significado de la frase de San Agustín, «el que canta, ora dos veces». Antífonas, Responsorios, Himnos y la Missa Pro Defunctis, en una interpretación temperada y de total humildad, que podría ser de interés en estos tiempos de desacralización, donde el canto meditativo es visto como una charada camandulera, olvidando que es allí donde se inicia, en parte, la gran aventura sonora de Occidente.