La vida es hermosa si tienes a Dios contigo

Hermanos y Amigos

Photobucket

Pentecostés


Amigos y hermanos: esta pequeña reflexión tuve el agrado de compartirla hace un tiempo atrás en una comunidad de mi ciudad y que hemos denominado "Pentecostés, sus orígenes y la relevancia que tiene para la iglesia de Jesús" y que ahora siento compartir también con ustedes.


Pentecostés
"...Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen. Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo. Y hecho este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua. Y estaban atónitos y maravillados, diciendo: Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan? ¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido? Partos, medos, elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia, en Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia y Panfilia, en Egipto y en las regiones de África más allá de Cirene, y romanos aquí residentes, tanto judíos como prosélitos, cretenses y árabes, les  oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios. Y estaban todos atónitos y perplejos, diciéndose unos a otros: ¿Qué quiere decir esto? Mas otros, burlándose, decían: Están llenos de mosto. Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les habló diciendo: Varones judíos, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd mis palabras. Porque éstos no están ebrios, como vosotros suponéis, puesto que es la hora tercera del día. Mas esto es lo  dicho por el profeta Joel: Y en los postreros días, dice Dios, Derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, Y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; Vuestros jóvenes verán visiones, Y vuestros ancianos soñarán sueños; Y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días Derramaré de mi Espíritu, y profetizarán."  Hchs 2,1-19

¿Qué era la fiesta de Pentecostés?
Pentecostés o Shavuot era: Una fiesta de los judíos instituida en memoria de la ley que Dios les dio en el monte Sinaí, que se celebraba 50 días después de la Pascua del Cordero.

Por otro lado, esta celebración y esta palabra debieran ser lo que nos llamara más la atención a nosotros los carismáticos por los eventos que en él sucedieron y por la irrupción en la historia del prometido por el mismo Jesucristo poco antes de su partida “El Espíritu Santo”. De hecho, la experiencia carismática debiera ser un continuo y permanente Pentecostés.
La reflexión de hoy estará basada en 4 frases claves del texto que nos entregarán una enseñanza tan actual como el día en que tuvieron lugar estos eventos:

1.- Estaban todos unánimes juntos. ( con ellos María – primera comunidad)
2.- Todos llenos del Espíritu Santo
 3.-  Hecho este estruendo, se juntó la multitud.
4.- Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les habló

 Ambiente en Jerusalén
a) Pre- Pentecostés:
  • Jerusalén está llena, de judíos llegados de todos los rincones de la tierra a celebrar las fiestas Partos, medos, elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia, en Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia y Panfilia, en Egipto y en las regiones de África más allá de Cirene, y romanos aquí residentes, tanto judíos como prosélitos, cretenses y árabes”.
  • Los discípulos están encerrados “Orando” desde hace días (Sin duda, obedeciendo el mandato de Jesús). Hchs1: 3-5  “Después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca 4 del reino de Dios. Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la  cual, les dijo oísteis de mí. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo  dentro de no muchos días”. 
b) Día de Pentecostés:
  • Los discípulos están Reunidos en Oración con la Madre de Jesús. Ellos constituyen la primera comunidad cristiana.
  • Irrupción del Espíritu Santo.
  • Salida del encierro
  • Predicación de Pedro y conversión de muchos
1.- Estaban todos unánimes juntos.
Es importante detenernos en este punto y descubrir que enseñanza nos deja esta palabra. Especialmente hoy que estamos celebrando la fiesta de Pentecostés y orando por un nuevo pentecostés para nosotros. ¿O no queremos un nuevo pentecostés?
·         No hay espacio para las divisiones, rencillas, faltas De perdón. Todos tienen un solo objetivo: Oran por la llegada de la gran promesa.
·         Oración con la Madre de Jesús. Ellos constituyen la primera comunidad cristiana).
·         Aunque todo parecía adverso, ellos oraban. Aunque la duda a veces les acechaba y veían tan remota y extraña la promesa de Jesús, ellos no dejaban de orar.
En medio de las dudas que a diario nos acechan. Cuando nos visitan la angustia y el dolor, o cuando la enfermedad y la muerte llegan a nuestro lado ¿Nos mantenemos firmes en la oración como los discípulos que esperan por la gran promesa de Jesús o nos dejamos vencer por la contrariedad?

Y ¿Qué hacía la comunidad? Oraba, llevaban semanas  en esta actitud: Orar y esperar, orar y esperar. ¡Y qué sorpresa le tenía preparada el Padre! Y es que cuando la comunidad se reúne en un mismo lugar y ora, Dios responde.
2.- Todos llenos del Espíritu Santo
¿Que vivió la comunidad en Pentecostés?: De repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos.”
·         “Aparecen lenguas de Fuego (el fuego que purifica y transforma), que se posan sobre cada uno de los presentes sin distinción, El Espíritu Santo los unge a todos.  Es el poder y presencia de Dios (Isaías 66,15).
·         Todos quedaron “Llenos” del Espíritu Santo no hay espacios para las dudas, los temores, pasiones, debilidades, pecado, depresiones, angustias, rencillas, satanás. NO HAY ESPACIO PARA NADA MÁS-

3.-  Hecho este estruendo, se juntó la multitud. …
De pronto, algo que escapa al del control del hombre irrumpe en el lugar. Cuando Dios quiere sorprende actuando libre y soberanamente.

¡¡La gran promesa por fin ha llegado. El Santo Espíritu imponente y todopoderoso se presenta en medio de esta oración!!

4.- Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les habló
·         Pentecostés es indica el comienzo de iglesia del Señor en la tierra.
·         No es un evento lejano y que quedó enraizado en los pliegues del pasado, es y debe ser una realidad tan efectiva y actual como la vivida por los discípulos.
·         Muchos cristianos estamos viviendo la acción poderosa del Espíritu Santo en nuestras vidas y en medio de nuestras  comunidades.
·         Pentecostés fue sólo el comienzo de la acción y misión poderosa del Paráclito en la tierra y que no se detendrá hasta la venida de nuestro salvador Jesús.
·         El Espíritu Santo es el que ha mantenido la acción de la iglesia desde sus inicios y la que por su gracia puede decir que se ha mantenido firme por más de 2.000 años.

¿Quieres un cambio en tu vida; vivir tu propio pentecostés? :

1.- Confiesa tus pecados a Dios, y el que es rico en misericordia te dará la paz.

2.- Perdona a quienes te han dañado y perdónate a ti mismo.

3.- Congregarte, los discípulos lo recibieron cuando estaban reunidos en oración.


¡¡¡FELIZ PENTECOSTÉS!!!

¡Cristo ha resucitado!


«Este es el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo» (Sal 117). El salmo lo declara con alegría y en verdad la noticia no es para tomarla a la ligera. Jesús el Señor ha resucitado. Amigos y hermanos este es el misterio central del cristianismo. San Pablo lo declara al decir que si Jesús no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe (1 Cor 15,14-20). Si Él no hubiera resucitado todo el que hacer del creyente se reduciría a nada. Vano sería ir a la Iglesia y buscarlo en la congregación de los fieles; Inútil sería buscarlo en la oración. Su sola entrega por nosotros en la cruz no nos habría reconciliado con el Padre celestial. Sin resurrección, Jesús no habría pasado a ser más que un dato histórico  sin mayor relevancia y habría sido otro genio loco que se creyó ser Dios. Todo el plan del Padre para reconciliarnos con EL habría quedado reducido a nada.

Es por ello que todo cristiano debe estar lleno de alegría y gozo: «Jesús ha resucitado, ¡Aleluya! No busquéis entre los muertos al que vive». Esta es la gran noticia que la iglesia, a lo largo de veinte siglos, no ha dejado de anunciar. La Resurrección de Jesús no es un hecho legendario o simbólico, sino real.  


Amigos y hermanos: Demos gloria a Dios por esta  nueva muestra de su amor. Jesús, nuestra esperanza está vivo y con El, la esperanza de una vida futura a su lado debe fortalecernos, porque el resucitado nos abre de par en par las puertas del cielo en dónde, como dice San Agustín, «veremos y gozaremos, gozaremos y amaremos. Este será el fin sin fin».

Que esta verdad renueve nuestras fuerzas para enfrentar el día a día en nuestro trabajo y familia; ante la enfermedad y el dolor que puedas estar sufriendo hoy.


“Alégrate y gózate conmigo amigo y hermano”. La muerte ya no tiene poder sobre nosotros, porque nuestro salvador la ha vencido. “Feliz Pascua de Resurrección”




Gabriel A. Salgado
tiempodealabanza.blogspot.com
tiempodealabanza@gmail.com

Francisco I : Mensaje de Cuaresma 2015 de su Santidad Francisco I



                                         Fortalezcan sus corazones (St  5,8)
 Queridos hermanos y hermanas:
 La Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente. Pero sobre todo es un «tiempo de gracia» (2 Co 6,2). Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes: «Nosotros amemos a Dios porque él nos amó primero» (1 Jn 4,19). Él no es indiferente a nosotros. Está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos. Cada uno de nosotros le interesa; su amor le impide ser indiferente a lo que nos sucede. Pero ocurre que cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien. Esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, hasta tal punto que podemos hablar de una globalización de la indiferencia. Se trata de un malestar que tenemos que afrontar como cristianos.

 Cuando el pueblo de Dios se convierte a su amor, encuentra las respuestas a las preguntas que la historia le plantea continuamente. Uno de los desafíos más urgentes sobre los que quiero detenerme en este Mensaje es el de la globalización de la indiferencia.

 La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también para los cristianos. Por eso, necesitamos oír en cada Cuaresma el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan.

Dios no es indiferente al mundo, sino que lo ama hasta el punto de dar a su Hijo por la salvación de cada hombre. En la encarnación, en la vida terrena, en la muerte y resurrección del Hijo de Dios, se abre definitivamente la puerta entre Dios y el hombre, entre el cielo y la tierra. Y la Iglesia es como la mano que tiene abierta esta puerta mediante la proclamación de la Palabra, la celebración de los sacramentos, el testimonio de la fe que actúa por la caridad (cf. Ga 5,6). Sin embargo, el mundo tiende a cerrarse en sí mismo y a cerrar la puerta a través de la cual Dios entra en el mundo y el mundo en Él. Así, la mano, que es la Iglesia, nunca debe sorprenderse si es rechazada, aplastada o herida.

 El pueblo de Dios, por tanto, tiene necesidad de renovación, para no ser indiferente y para no cerrarse en sí mismo. Querría proponerles tres pasajes para meditar acerca de esta renovación.

1. «Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Co 12,26) – La Iglesia

 La caridad de Dios que rompe esa cerrazón mortal en sí mismos de la indiferencia, nos la ofrece la Iglesia con sus enseñanzas y, sobre todo, con su testimonio. Sin embargo, sólo se puede testimoniar lo que antes se ha experimentado. El cristiano es aquel que permite que Dios lo revista de su bondad y misericordia, que lo revista de Cristo, para llegar a ser como Él, siervo de Dios y de los hombres. Nos lo recuerda la liturgia del Jueves Santo con el rito del lavatorio de los pies. Pedro no quería que Jesús le lavase los pies, pero después entendió que Jesús no quería ser sólo un ejemplo de cómo debemos lavarnos los pies unos a otros. Este servicio sólo lo puede hacer quien antes se ha dejado lavar los pies por Cristo. Sólo éstos tienen “parte” con Él (Jn 13,8) y así pueden servir al hombre.

La Cuaresma es un tiempo propicio para dejarnos servir por Cristo y así llegar a ser como Él. Esto sucede cuando escuchamos la Palabra de Dios y cuando recibimos los sacramentos, en particular la Eucaristía. En ella nos convertimos en lo que recibimos: el cuerpo de Cristo. En él no hay lugar para la indiferencia, que tan a menudo parece tener tanto poder en nuestros corazones. Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es indiferente hacia los demás. «Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26).

La Iglesia es communio sanctorum porque en ella participan los santos, pero a su vez porque es comunión de cosas santas: el amor de Dios que se nos reveló en Cristo y todos sus dones. Entre éstos está también la respuesta de cuantos se dejan tocar por ese amor. En esta comunión de los santos y en esta participación en las cosas santas, nadie posee sólo para sí mismo, sino que lo que tiene es para todos. Y puesto que estamos unidos en Dios, podemos hacer algo también por quienes están lejos, por aquellos a quienes nunca podríamos llegar sólo con nuestras fuerzas, porque con ellos y por ellos rezamos a Dios para que todos nos abramos a su obra de salvación.

2. «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9) – Las parroquias y las comunidades


Lo que hemos dicho para la Iglesia universal es necesario traducirlo en la vida de las parroquias y comunidades. En estas realidades eclesiales ¿se tiene la experiencia de que formamos parte de un solo cuerpo? ¿Un cuerpo que recibe y comparte lo que Dios quiere donar? ¿Un cuerpo que conoce a sus miembros más débiles, pobres y pequeños, y se hace cargo de ellos? ¿O nos refugiamos en un amor universal que se compromete con los que están lejos en el mundo, pero olvida al Lázaro sentado delante de su propia puerta cerrada? (cf. Lc 16,19-31).

Para recibir y hacer fructificar plenamente lo que Dios nos da es preciso superar los confines de la Iglesia visible en dos direcciones.

 En primer lugar, uniéndonos a la Iglesia del cielo en la oración. Cuando la Iglesia terrenal ora, se instaura una comunión de servicio y de bien mutuos que llega ante Dios. Junto con los santos, que encontraron su plenitud en Dios, formamos parte de la comunión en la cual el amor vence la indiferencia. La Iglesia del cielo no es triunfante porque ha dado la espalda a los sufrimientos del mundo y goza en solitario. Los santos ya contemplan y gozan, gracias a que, con la muerte y la resurrección de Jesús, vencieron definitivamente la indiferencia, la dureza de corazón y el odio. Hasta que esta victoria del amor no inunde todo el mundo, los santos caminan con nosotros, todavía peregrinos. Santa Teresa de Lisieux, doctora de la Iglesia, escribía convencida de que la alegría en el cielo por la victoria del amor crucificado no es plena mientras haya un solo hombre en la tierra que sufra y gima: «Cuento mucho con no permanecer inactiva en el cielo, mi deseo es seguir trabajando para la Iglesia y para las almas» (Carta 254,14 julio 1897).

 También nosotros participamos de los méritos y de la alegría de los santos, así como ellos participan de nuestra lucha y nuestro deseo de paz y reconciliación. Su alegría por la victoria de Cristo resucitado es para nosotros motivo de fuerza para superar tantas formas de indiferencia y de dureza de corazón.

 Por otra parte, toda comunidad cristiana está llamada a cruzar el umbral que la pone en relación con la sociedad que la rodea, con los pobres y los alejados. La Iglesia por naturaleza es misionera, no debe quedarse replegada en sí misma, sino que es enviada a todos los hombres.

Esta misión es el testimonio paciente de Aquel que quiere llevar toda la realidad y cada hombre al Padre. La misión es lo que el amor no puede callar. La Iglesia sigue a Jesucristo por el camino que la lleva a cada hombre, hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1,8). Así podemos ver en nuestro prójimo al hermano y a la hermana por quienes Cristo murió y resucitó. Lo que hemos recibido, lo hemos recibido también para ellos. E, igualmente, lo que estos hermanos poseen es un don para la Iglesia y para toda la humanidad.

 Queridos hermanos y hermanas, cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia.


3. «Fortalezcan sus corazones» (St 5,8) – La persona creyente

 También como individuos tenemos la tentación de la indiferencia. Estamos saturados de noticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir. ¿Qué podemos hacer para no dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia?

 En primer lugar, podemos orar en la comunión de la Iglesia terrenal y celestial. No olvidemos la fuerza de la oración de tantas personas. La iniciativa 24 horas para el Señor, que deseo que se celebre en toda la Iglesia —también a nivel diocesano—, en los días 13 y 14 de marzo, es expresión de esta necesidad de la oración.

 En segundo lugar, podemos ayudar con gestos de caridad, llegando tanto a las personas cercanas como a las lejanas, gracias a los numerosos organismos de caridad de la Iglesia. La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro, con un signo concreto, aunque sea pequeño, de nuestra participación en la misma humanidad.

 Y, en tercer lugar, el sufrimiento del otro constituye un llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de los hermanos. Si pedimos humildemente la gracia de Dios y aceptamos los límites de nuestras posibilidades, confiaremos en las infinitas posibilidades que nos reserva el amor de Dios. Y podremos resistir a la tentación diabólica que nos hace creer que nosotros solos podemos salvar al mundo y a nosotros mismos.

 Para superar la indiferencia y nuestras pretensiones de omnipotencia, quiero pedir a todos que este tiempo de Cuaresma se viva como un camino de formación del corazón, como dijo Benedicto XVI (Ct. enc. Deus caritas est, 31). Tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro.

 Por esto, queridos hermanos y hermanas, deseo orar con ustedes a Cristo en esta Cuaresma: “Fac cor nostrum secundum Cor tuum”: “Haz nuestro corazón semejante al tuyo” (Súplica de las Letanías al Sagrado Corazón de Jesús). De ese modo tendremos un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia.

 Con este deseo, aseguro mi oración para que todo creyente y toda comunidad eclesial recorra provechosamente el itinerario cuaresmal, y les pido que recen por mí. Que el Señor los bendiga y la Virgen los guarde.