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Hermanos y Amigos

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Llamado a la iglesia y al mundo







En el mes de mayo recién pasado, cuatro cardenales, varios obispos, científicos y teólogos, todos ellos claramente posicionados contra el papa Francisco, han firmado una carta en la que denuncian que las medidas que se están aplicando para frenar el coronavirus son un "pretexto" para acabar con la libertad de culto, de expresión y de movimiento. La carta ha sido redactada por el ex nuncio en Estados Unidos, monseñor Carlo Maria Viganò.

El documento titulado "Por la Iglesia y por el mundo" ha sido firmado por los cardenales Robert Sarah, prefecto de la Congregación para el Culto Divino; Gerhard Ludwig Müller, exprefecto de Doctrina de la Fe; Joseph Zen, obispo emérito de Hong Kong y Janis Pujats, arzobispo emérito de Riga (Letonia).

Aunque tras publicarse la misiva con las firmas, el cardenal Sarah se desmarcó de la iniciativa y escribió en Twitter: "Un cardenal prefecto, miembro de la Curia romana tiene que observar una cierta restricción en asuntos políticos. No debe firmar peticiones en tales áreas. Por eso pedí explícitamente a los autores de la petición titulada 'Por la Iglesia y por el mundo' que no mencionaran mi nombre". Ante esta decisión, Viganó respondió que Sarah está  completamente de acuerdo y que tiene todas las conversaciones telefónicas grabadas para probarlo. También aparecen como firmantes el obispo de Ferrara (Italia), Luigi Negri; de Tyler (Estados Unidos), Joseph Strickland, y el auxiliar de Salzburgo (Austria), Andreas Laun, así como el teólogo Serafino Lanzetta, franciscano de la Inmaculada; el sacerdote italiano Alfredo Maria Morselli y el teólogo de la Sociedad de San Pío X, Curzio Nitoglia, además de algunos periodistas.

Asimismo, suscriben la carta algunos profesionales de la medicina, divulgadores y profesores, la mayoría italianos.


LLAMAMIENTO A LA IGLESIA Y AL MUNDO

A los fieles católicos y a todas las personas de buena voluntad :Veritas Liberabit Vos.
Juan 8:32 “y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.”

En este momento de gran crisis, nosotros los Pastores de la Iglesia Católica, en virtud de nuestro mandato, consideramos nuestro sagrado deber hacer un llamamiento a nuestros hermanos en el episcopado, al clero, al religioso, al santo pueblo de Dios y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Esta apelación también ha sido firmada por intelectuales, médicos, abogados, periodistas y profesionales que están de acuerdo con su contenido, y pueden suscribirlo asimismo cuantos deseen adherirse al mismo.

Los hechos han demostrado que, bajo el pretexto de la epidemia de Covid-19, los derechos inalienables de los ciudadanos en muchos casos han sido violados y sus libertades fundamentales, incluido el ejercicio de la libertad de culto, expresión y movimiento, han sido restringidas de manera desproporcionada e injustificable. La salud pública no debe ni puede convertirse en una excusa para infringir los derechos de millones de personas en todo el mundo y menos aún para que las autoridades civiles eludan su obligación de obrar con prudencia en pro del bien común. Esto es particularmente cierto a medida que surgen dudas planteadas por muchos en torno a la verdadera capacidad de contagio, peligrosidad y resistencia del virus. Muchas voces autorizadas en el mundo de la ciencia y la medicina confirman que el alarmismo de los medios sobre Covid-19 parece estar absolutamente injustificado.

Tenemos razones para creer, sobre la base de datos oficiales, sobre la incidencia de la epidemia en relación con el número de muertes, que hay poderes interesados en crear pánico entre la población mundial con el único objetivo de imponer permanentemente formas inaceptables de restricción sobre libertades, de controlar a las personas y de seguir sus movimientos. La imposición de estas medidas iliberales es un preludio inquietante para la realización de un Gobierno Mundial que escapa de todo tipo de controles.

También creemos que en algunas situaciones las medidas de protección que se adoptaron, incluido el cierre de tiendas y negocios, han desencadenado en una crisis que ha derribado sectores enteros de la economía, favoreciendo con ello la interferencia de potencias extranjeras y tiene graves repercusiones sociales y políticas. Aquellos con responsabilidad gubernamental deben detener estas formas de ingeniería social, tomando medidas para proteger a sus ciudadanos a quienes representan, y en cuyo interés tienen una obligación seria de actuar. Del mismo modo, ayúdese igualmente a la familia, la célula de la sociedad, al no penalizar injustificadamente a los débiles y ancianos, obligándolos a una separación dolorosa de sus seres queridos. La criminalización de las relaciones personales y sociales también debe juzgarse como una parte inaceptable del plan de quienes defienden aislar a las personas para manipularlas y controlarlas mejor.

Pedimos a la comunidad científica que esté atenta, para que se ofrezcan curas para Covid-19 en honestidad por el bien común. Se debe hacer todo lo posible para garantizar que los intereses comerciales turbios no influyan en las elecciones de los líderes gubernamentales y los organismos internacionales. No es razonable penalizar aquellos remedios que han demostrado ser efectivos, y que a menudo son económicos, solo porque se desea dar prioridad a los tratamientos o vacunas que no son tan buenos, pero que garantizan a las compañías farmacéuticas ganancias muchos mayores y exacerban los gastos de salud pública. Recordemos también, como pastores, que para los católicos es moralmente inaceptable desarrollar o usar vacunas derivadas de material de fetos abortados.

También pedimos a los Gobernantes que garanticen que se eviten rigurosamente los medios de control sobre las personas, ya sea a través de rastreo electrónico o cualquier otra forma de búsqueda de ubicación. La lucha contra Covid-19, por grave que sea, no debe ser el pretexto para apoyar las intenciones ocultas de los organismos supranacionales que tienen intereses comerciales y políticos muy fuertes en este plan. En particular, los ciudadanos deben tener la oportunidad de rechazar estas restricciones a la libertad personal, sin que se imponga ninguna sanción a quienes no deseen usar vacunas, de los métodos de localización o cualquier otra herramienta similar.  Téngase en cuenta la flagrante contradicción que se observa entre quienes persiguen políticas de reducción drástica de la población y al mismo tiempo se presentan como salvadores de la humanidad sin tener la menor legitimación política ni social. Finalmente, la responsabilidad política de aquellos que representan a la gente no se puede dejar de ninguna manera a «expertos» que de hecho puedan reclamar un tipo de inmunidad de ser enjuiciado, lo que es inquietante por decir lo menos.

Solicitamos enérgicamente a los medios de comunicación a comprometerse a proporcionar información precisa y no penalizar la disidencia recurriendo a formas de censura, como está sucediendo ampliamente en las redes sociales, en la prensa y en la televisión. Proporcionar información precisa requiere que se dé espacio a las voces que no están alineadas con una sola forma de pensar. Esto permite a los ciudadanos evaluar conscientemente los hechos, sin ser fuertemente influenciados por las intervenciones partidistas. Un debate democrático y honesto es el mejor antídoto contra el riesgo de imponer formas sutiles de dictadura, presumiblemente peores de las que ha visto nacer y morir nuestra sociedad en épocas recientes.

Finalmente, como pastores a quienes se ha encomendado la importante misión de guiar la grey de Cristo, recordemos que la Iglesia afirma firmemente su autonomía para gobernar, adorar y enseñar. Esta autonomía y libertad son un derecho innato que Nuestro Señor Jesucristo le ha dado para alcanzar sus propios fines. Por esta razón, como pastores, afirmamos firmemente el derecho de decidir de manera autónoma sobre la celebración de la Misa y los sacramentos, así como reclamamos la autonomía absoluta en asuntos que caen dentro de nuestra jurisdicción inmediata, como las normas litúrgicas y las formas de administrar la Comunión y los Sacramentos. El Estado no tiene derecho a interferir, por ningún motivo, en la soberanía de la Iglesia. Las autoridades eclesiásticas nunca se han negado a colaborar con el Estado, pero dicha colaboración no autoriza a las autoridades civiles a imponer ningún tipo de prohibición o restricción sobre el culto público o el ejercicio del ministerio sacerdotal. Los derechos de Dios y de los fieles son la ley suprema de la Iglesia, que ella no pretende ni puede abrogar. Pedimos que se eliminen las restricciones a la celebración de ceremonias públicas.

Queremos invitar a todas las personas de buena voluntad a no eludir su deber de cooperar por el bien común, cada uno de acuerdo con su propio estado y posibilidades, y en un espíritu de caridad fraterna. Esta cooperación, auspiciada por la Iglesia, no puede prescindir sin embargo del respeto a la ley natural ni a la garantía de las libertades individuales. Los deberes civiles a los que están obligados los ciudadanos implican el reconocimiento de sus derechos por parte del Estado.

Todos estamos llamados a evaluar la situación actual de una manera consistente con la enseñanza del Evangelio. Esto significa tomar una posición: estas con Cristo o contra Cristo. No nos dejemos intimidar ni asustar por aquellos que nos quieren hacer creer que somos una minoría: el bien está mucho más difundido y poderoso de lo que el mundo nos haría creer. Estamos luchando contra un enemigo invisible que busca dividir a los ciudadanos, separar a los niños de sus padres, los nietos de sus abuelos, los fieles de sus pastores, los estudiantes de los maestros y los clientes de los vendedores. No permitamos que siglos de civilización cristiana sean borrados bajo el pretexto de un virus, y que se establezca una odiosa tiranía tecnológica, en la que personas sin nombre y sin rostro puedan decidir el destino del mundo confinándonos a una realidad virtual. Si este es el proyecto que tienen para dominarnos los poderosos de la tierra, sepan que Jesucristo, Rey y Señor de la Historia, ha prometido que «las puertas del Infierno no prevalecerán» (Mt 16:18).

Encomendamos al Dios Todopoderoso a los Gobernantes y a todos los que gobiernan el destino de las naciones, para que Él los ilumine y los guíe en este momento de gran crisis. Que recuerden que, así como el Señor nos juzgará a los Pastores por el rebaño que nos ha confiado, también juzgará a los Gobernantes de los pueblos a quienes tienen el deber de defender y gobernar.

Con fe, roguemos al Señor que proteja a la Iglesia y al mundo. Que la Santísima Virgen, Auxilio de los Cristianos, aplaste la cabeza de la antigua serpiente y derrote los planes de los hijos de la oscuridad.
8 de mayo de 2020
Nuestra Señora del Rosario de Pompeya



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