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Hermanos y Amigos

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El secreto de trabajar

Un profesor de filosofía me dijo una vez que la palabra trabajo tiene la misma raíz latina que la de la palabra cruz. Ella es TRIPALE. El trabajo es dolor, entrega, muchas veces sacrificio, renuncia. Lo mismo la cruz. Pero cuando lo hacemos sin amor se transforma en dolor, sufrimiento, tensión, angustia, desesperación.Haz tu trabajo con amor, por humilde que sea y descubrirás lo profundo y maravilloso de esta entrega. Queridos amigos y hermanos: Ahora en más, seguiremos con otras reflexiones de nuestro hermano en Jesús y María fray Raniero Cantalamessa. El objetivo de ellas es llevar luz y edificación espiritual a vuestro diario caminar. No olviden que estamos a vuestra disposición. Cualquier comentario, consulta o pedido de oración no duden en hecernoslo llegar por este medio o al correo: tiempodealabanza@gmail.com No olviden orar por nosostros, que estaremos orando por usted. El secreto de trabajar (El secreto es poner el corazón en lo que hacen las manos) Un laico escribió: «¿Qué sentido y qué valor tiene nuestro trabajo de laicos ante Dios? Es verdad que los laicos nos dedicamos también a muchas obras de bien (caridad, apostolado, voluntariado); pero la mayor parte del tiempo y de las energías de nuestra vida tenemos que dedicarlas al trabajo. Así que, si el trabajo no vale para el cielo, nos encontraremos con bien poco para la eternidad. Todas las personas a las que hemos preguntado no han sabido darnos respuestas satisfactorias. Nos dicen: "¡Ofreced todo a Dios!". ¿Pero basta esto?». Respondo: No; el trabajo no vale sólo por la «buena intención» que se pone al hacerlo, o por el ofrecimiento que se hace de él a Dios por la mañana; vale también por sí mismo, como participación en la obra creadora y redentora de Dios y como servicio a los hermanos. El trabajo humano –dice un texto del Concilio-- «es para el trabajador y para su familia el medio ordinario de subsistencia; por él el hombre se une a sus hermanos y les hace un servicio, puede practicar la verdadera caridad y cooperar al perfeccionamiento de la creación divina. No sólo esto. Sabemos que, con la oblación de su trabajo a Dios, los hombres se asocian a la propia obra redentora de Jesucristo» (Gaudium et spes, 67). No importa tanto qué trabajo hace uno, sino cómo lo hace. Esto restablece una cierta igualdad, dejando de lado todas las diferencias (a veces injustas y escandalosas) de categoría y de remuneración. Una persona que ha desempeñado tareas humildísimas en la vida puede «valer» mucho más que quien ha ocupado puestos de gran prestigio. El trabajo, se decía, es participación en la acción creadora de Dios y en la acción redentora de Cristo, y es fuente de crecimiento personal y social, pero también, se sabe, es fatiga, sudor, dolor. Puede ennoblecer, pero igualmente puede vaciar y consumir. El secreto es poner el corazón en lo que hacen las manos. No es tanto la cantidad o el tipo de trabajo que se hace lo que cansa, sino la falta de entusiasmo y de motivación. A las motivaciones terrenas del trabajo, la fe añade una eterna: nuestras obras, dice el Apocalipsis, nos acompañarán (Ap 14,13). 13…Oí una voz que desde el cielo me decía: Escribe: Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras 14 con ellos siguen”.

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