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La Tarea de Educar a los Hijos en Medio de un Mundo Permisivo



Ninguno de nosotros a estado ajeno a la experiencia de haber sido testigos de haber visto alguna vez a un niño pedir con insistencia y rabietas un juguete que la madre no tiene en sus planes comprarle, o verle empeñado en correr y jugar  aún cuando sus padres tratan desesperadamente que se esté quieto. De lo único que podemos estar seguros es que en esas situaciones, los padres sólo quieren lo mejor para sus hijos. Pero, ante los constantes berrinches y pataletas, con demasiada frecuencia acaban por ceder ante la presión de sus hijos y su negativa acaba en un sí.

A lo largo y ancho de este mundo, muchos padres creen que para criar bien a los hijos hay que darles prácticamente todo lo que ellos piden.

Hace poco, se realizó una encuesta en Estados Unidos a 750 adolescentes entre 12 y 17 años. Frente a la pregunta ¿Qué hacen para conseguir lo que quieren, cuando sus progenitores les niegan algo?, casi el 60% contestó que sólo tenían que insistir e insistir en pedirlo. Es decir que ellos habían descubierto que esta táctica funcionaba la mayor parte de las veces. Puede que sus padres crean que esa permisividad en una muestra de amor sin mayores consecuencias, pero ¿lo es realmente?

Mimar a un niño y darle todo lo que quiere puede hacer que con el tiempo se convierta en un adulto ingrato, caprichoso y testarudo. Eso lo sabe Dios y nos lo advierte en su palabra:
“…El niño dejado a sus caprichos es vergüenza a su madre”. (Proverbios 29,15b)
Dios nos quiere socorrer frente a nuestro desafió como padres en el mundo actual y en su palabra podemos encontrar sus sabios consejos para hacer frente a este reto. Partamos analizando un sabio proverbio: “Corrige a tu hijo, te ahorrará inquietudes y hará la felicidad de tu alma”. (Proverbios 29,17)

  
¿Cómo actúa un padre sensato que quiere el bien de sus hijos?

Todo padre sensato pondrá en practica el proverbio anterior: Para ello establecerá con sus hijos reglas claras, consecuentes y razonables, y las hará cumplir. No existe nada que confunda y cause mas daño a los niños y adolescentes que hogares sin reglas claras que regulen la vida en su interior. Los hijos deben tener claro cuales son sus deberes y derechos; que es lo que ellos pueden esperar y lo que de ellos se espera.

No confunde amor con permisividad: No recompensa a los niños para que paren de lloriquear, protestar o como medida de solución frente a sus rabietas. Si les da algo, no es fruto de sus presiones o como forma de controlarlos.

Los hijos como flechas en nuestras manos
Ahora analizaremos un ejemplo bíblico que nos permitirá ahondar más en la visión de Dios frente a la relación entre padres e hijos y en donde se destaca que los hijos necesitan la guía de sus padres. El pasaje que nos habla de esto es el Salmo 127: 3, 4,5: “Son los hijos regalo del Señor y es el fruto del vientre, premio suyo; como flechas en manos del guerrero son los hijos tenidos cuando joven. Feliz el hombre que con tales flechas ha llenado su aljaba…”.

Podemos apreciar que metafóricamente los hijos son comparados a flechas, y a su padre, con un guerrero poderoso. Como un buen arquero sabe que las flechas no dan en el blanco esperado, por si solas, del mismo modo, los padres ocupados de sus rol de tales, comprenden que la educación de los hijos no puede dejarse al azar. Su “blanco” es que sus hijos alcancen los mejores objetivos: que lleguen a ser adultos responsables y plenos. El blanco de estos padres es que sus hijos logren las mejores metas, tomen buenas decisiones, sean sabios, se eviten problemas innecesarios, no se detengan frente a las dificultades. Lamentablemente no siempre ocurre lo que un buen padre quiere.

Basándonos en el Salmo 127:3, 4,5, podemos descubrir que este nos propone 3 pasos necesarios, para lograr los mejores objetivos con nuestros hijos. Es por ello que los analizaremos con sumo cuidado.

Paso 1. Preparar la flecha con cuidado
Situándonos imaginariamente en los tiempos bíblicos, cuando fue escrito este salmo, los arqueros se preparaban sus flechas con mucho cuidado. La varilla, tomada de una madera liviana, se tallaba a mano tratando que quedara lo más recta posible. La punta metálica, era limada hasta que alcanzara el máximo filo. En el extremo posterior se ataban plumas escogidas para estabilizar y mantener el vuelo y rumbo escogido de la flecha.

Los padres aspiramos que nuestros hijos sean como esas flechas: rectos, sin que haya nada torcido en ellos. Para ello debemos pulir y corregir las faltas graves que encontremos en ellos. Con amor debemos ayudarles a luchar contra ellas y a esforzarse en superarlas. Esta es una tarea enorme, ya queLa tontería está anclada en el corazón del muchacho, el azote de la instrucción lo libera”. (Proverbios 22:15) Por esto la Biblia exhorta a los padres a que disciplinen a sus hijos “…Y ustedes padres, no irriten a sus hijos, sino que para educarlos, usen las correcciones y advertencias que puede inspirar el Señor” (efesios 6:4). La disciplina desempeña un rol fundamental en la formación y fortalecimiento de la mentalidad y del carácter de los niños.

La Biblia refuerza el rol de la disciplina en la formación de nuestros hijos, pues proverbios 13:24 sostiene: “El que ahorra el castigo a su hijo no lo quiere; el que lo ama se esmera en enderezarlo”. En este contexto, el castigo al que se refiere la palabra es un método de corrección, sin importar la forma que adopte. El objetivo de reprender con bondad a nuestros hijos debe ser intentar corregir defectos que les puedan causar problemas cuando adultos.
Desde esta perspectiva, el ahorrar la disciplina a que se refiere el texto, equivale a odiar a nuestros hijos, pues sabemos el fin que tendrán con esos defectos y aún así, no hacemos nada por evitarlo. Por el contrario, cuando les corregimos estamos efectuando un acto de amor por ellos ya que así le evitamos hoy, un mal en su futuro.

Disciplinar no implica dar órdenes e imponer castigos, sino que asegurarse de que ellos entiendan bien las cosas.

Las plumas que el arquero ata a sus flechas hacen que estas vuelen rectamente una vez que salen del arco. Parecido sucede con las enseñanzas que Dios nos ha dejado en su palabra. Estas pueden ayudar, fortalecer y acompañar a nuestros hijos toda su vida. Pero, ¿cómo podemos los padres asegurarnos que las enseñanzas bíblicas queden firmemente atadas a nuestros hijos?  Dios nos aconseja: “Graba en tu corazón los mandamientos que yo te entrego hoy, repíteselos a tus hijos, habla de ellos tanto en casa como cuando viajes, cuando te acuestes y cuando te levantes…”  (Deuteronomio: 6:7,8 a). En vista de lo anterior, debemos hacer 2 cosas: 1.- Como padres, tenemos que estudiar la palabra de Dios y dejarnos guiar por El en todos los momentos y ámbitos de nuestra vida. 2.- Así, podremos cumplir cabalmente la segunda parte del texto que es inculcar estos valores en ellos para que se graben en su corazón más que con palabras, con nuestros hechos de vida.

Paso 2. Proteger las Flechas
El guerrero llenó su aljaba de flechas. Cuando estas estuvieron listas, había que protegerlas, para lo cual el guerrero las puso en su aljaba, donde no podían dañarse ni romperse fácilmente. Incluso la persona de Jesús es comparada en la Biblia con la figura de una flecha que el Padre ocultó en su propia aljaba.”Hizo de mi boca una espada cortante y me escondió debajo de su mano. Hizo de mí una flecha puntiaguda y me guardó en la caja para las flechas” (Isaías: 49:2). El mismo Dios, el padre más amoroso del universo protegió de todo mal a su hijo Jesús y aún en el trance de la crucifixión y la muerte misma, no lo abandonó. Aún más, le, arrebató de las garras de la muerte y le dio la victoria sobre ella y sobre las tinieblas.

Así mismo, los buenos padres se preocupan de proteger a sus hijos de los peligros de este mundo decadente, no dudando en prohibirles ciertas actividades que pudieran exponerles sin necesidad a malas influencia: “No se dejen engañar: las malas influencias corrompen las buenas costumbres.” (1corintios:15,33).

Seamos sinceros, muchas veces nuestro afán protector no es apreciado por nuestros hijos. Incluso, ellos lo ven como imposiciones sin sentido y restricciones a su libertad, ya que a menudo proteger a nuestros niños significa negarles alguna cosa que les resulta atractiva.
Pero, aunque ellos no lo demuestren abiertamente, los niños valoran cuando sus padres le entregan una estructura segura y predecible en la vida. Y esto se logra si actuamos con autoridad y establecemos límites claros a su conducta.

Paso 3. Dirigiendo la Flecha
 El Salmo 127:4, que nos ha servido como base para este estudio, compara la figura del padre con un “hombre poderoso”, pero aunque durante todo este estudio hemos estado hablando de la figura paterna respecto a la educación de los hijos, en modo alguno significa  que sólo el varón puede ejercer eficazmente el papel de formador de los hijos. El principio que subyace tras los textos bíblicos en donde se toma la figura del hombre es aplicable a padres y madres por igual:”Escucha hijo mío, la instrucción de tu padre y no rechaces las advertencias de tu madre”. (Proverbios 1:8). La expresión “hombre poderoso”, antes mencionada, sugiere que hace falta mucha fortaleza para disparar una flecha con arco. En tiempos bíblicos, los arcos estaban comúnmente recubiertos con cobre y los soldados muchas veces tenían que sujetarlos con los pies para poder tensar la cuerda con ambas manos. Sin ninguna duda se necesitaba mucha energía y esfuerzo tensar el arco y disparar las flechas hacia el blanco escogido.

Así mismo, educar a los hijos también exige un esfuerzo considerable. Están enormemente equivocados aquellos “especialistas” que aconsejan a los padres dejar a los niños y jóvenes ser, sin ponerles trabas para que no crezcan con traumas como nosotros los mayores. Eso es una gran mentira que no debemos escuchar ni menos poner en práctica por el bien de nuestros niños. Algo debemos tener claro: Los niños no pueden criarse a su voluntad, así mismo como una flecha no puede lanzarse ella sola hacia el blanco.

Es lamentable que en nuestros tiempos muchos padres no parezcan tener el tiempo ni la disposición para realizar el esfuerzo necesario. Lamentablemente, somos millones los padres que seguimos el camino fácil y dejamos que la televisión, la escuela y los amigos sean los que instruyan a sus hijos en cuestiones de conducta, moralidad, sexo, etc. Otros tantos permiten a sus hijos tener todo cuanto quieran para evitarse la molestia que implicaría negarles algo, justificando su actitud en el viejo discurso de no querer herir los sentimientos de sus hijos o en frases como: “Mientras pueda hacerlo, le doy a mi hijo todo lo que nunca yo pude tener”. Con esta permisividad, el padre que así actúa, le está provocando a su hijo un daño cuyos efectos no se aprecian en el momento, sino que se comienzan a evidenciar con el transcurrir del tiempo.

La revista especializada en temas de familia parents, en un artículo relacionado con este tema, plantea: “Los niños criados por padres amorosos y que hacen valer su autoridad (los que apoyan a sus hijos pero les ponen límites definidos), sobresalen académicamente, desarrollan mejores habilidades sociales, se sienten satisfechos consigo mismos y son, por regla general, más felices que los niños cuyos padres son demasiando blandos o excesivamente severos”. Confirma esto, una sabia reflexión que hace ya un tiempo, escuché a alguien emitir: “Los hijos son como el jabón mojado: si lo dejas demasiado suelto cae de tu mano; pero si lo aprietas demasiado fuerte salta aún mas lejos”.

Conclusión
Es lícito preguntarnos respecto a si ¿tendremos una garantía de éxito si seguimos todos los pasos vistos? La respuesta es: no necesariamente, pues los hijos tienen su propio libre albedrío, y cuando crezcan tomarán sus propias decisiones. Pero, aunque ocurra lo peor, si educamos a nuestros hijos según la visión de Dios, estaremos creando las circunstancias más favorables para obtener un resultado maravilloso: verlos convertidos en adultos responsables y realizados.

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