La vida es hermosa si tienes a Dios contigo

Hermanos y Amigos

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GABRIEL SALGADO

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GRACIAS SEÑOR

Hola amigos y hermanos. Espero que las bendiciones del Dios del cielo estèn colmando sus vidas. En esta oportunidad quiero compartir con ustedes un salmo que ha marcado la mìa desde que lo leì por primera vez hace algùn tiempo. Ademàs he anexado un comentario de Juan Pablo II respecto a este mismo. De corazòn espero que este sea un salmo de bendiciòn para todos.

Gabriel Salgado

Acción de Gracias (Salmo 137). 1 "Te doy gracias, Señor, de todo corazón;delante de los ángeles tañeré para ti,

2 me postraré hacia tu santuario,daré gracias a tu nombre: por tu misericordia y tu lealtad,porque tu promesa supera a tu fama;

3 cuando te invoqué, me escuchaste,acreciste el valor en mi alma. 4 Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra,al escuchar el oráculo de tu boca;

5 canten los caminos del Señor,porque la gloria del Señor es grande. 6 El Señor es sublime, se fija en el humilde,y de lejos conoce al soberbio. 7 Cuando camino entre peligros, me conservas la vida;extiendes tu brazo contra la ira de mi enemigo,y tu derecha me salva. 8 El Señor completará sus favores conmigo:Señor, tu misericordia es eterna,no abandones la obra de tus manos." COMENTARIO AL SALMO 137

[Es un canto de acción de gracias, que a su vez dispone el corazón del orante para terminar en súplica confiada.- La Biblia de Jerusalén da a este salmo el título de Himno de acción de gracias.- Para Nácar-Colunga el título del salmo es Canto de acción de gracias. Puede entenderse como un himno de alabanza a Dios por haber dado cumplimiento a sus promesas de liberación. El salmista, habiendo recibido de Dios un gran beneficio o conjunto de beneficios, le da gracias en el templo. El beneficio es tan singular, que todos los reyes de la tierra alabarán a Yahvé cuando oigan la palabra de su boca. En verdad, esto sólo tuvo realización plena en el Mesías, cuya resurrección fue la salvación del mundo entero.- «Acción de gracias por los dones recibidos, y actitud de confianza esperando la protección de Dios en los nuevos peligros que nos acechan. En nuestro caminar, la eucaristía es, por excelencia, la acción de gracias y la nueva gracia» (J. Esquerda Bifet).] * * * Yahvé, libertador y protector

El salmista parece hacerse eco de los sentimientos de gratitud del pueblo al ser liberado de la opresión babilónica. Así, alaba a Yahvé por el cumplimiento de sus antiguas promesas, lo que servirá para que todos los reyes de la tierra reconozcan su señorío y poder. Esta esperanza de conversión de las naciones aparece en Salmo 101,15-16 y en la segunda parte del libro de Isaías (cc. 40-66). El poeta quiere declarar las alabanzas de su Dios ante los supuestos dioses [= delante de los ángeles] de las otras naciones (v. 1). Esto no quiere decir que reconozca las divinidades de los pueblos gentílicos, sino que se dispone a cantar las alabanzas de Yahvé en medio de un ambiente idolátrico, declarando su superioridad sobre todo lo que es objeto de adoración por parte de los gentiles. La liberación del pueblo israelita es una prueba del poder del nombre del Señor. Por ella reconocerán su soberanía todos los reyes de la tierra. Al ver el cumplimiento de las antiguas promesas, le reconocerán como Dios único y salvador. En efecto, por excelso y encumbrado que esté Yahvé en los cielos de los cielos, no se desentiende de los humildes, a los que dispensa su protección, mientras que al altivo y soberbio le conoce (le tiene ante sus ojos escrutadores), pero de lejos, pues no le dispensa su protección (v. 6). La distancia no impide que esté al tanto de sus inicuas acciones; pero su mirada, lejos de ser protectora, es justiciera y punitiva. El salmista tiene experiencia personal de la protección divina, que le salva de la angustia y, al mismo tiempo, castiga inexorablemente a sus enemigos (v. 7). Seguro del auxilio divino, pide a Yahvé que continúe favoreciéndole, cumpliendo así sus promesas. Israel es la obra de sus manos, y, en consecuencia, no debe dejarla incompleta, sino protegerla hasta que alcance la plenitud prevista en sus augustos designios (v. 8). [Maximiliano García Cordero, en la Biblia comentada de la BAC] * * *

CATEQUESIS DE JUAN PABLO II

Himno de acción de gracias

1. El himno de acción de gracias que acabamos de escuchar, y que constituye el salmo 137, atribuido por la tradición judía al rey David, aunque probablemente fue compuesto en una época posterior, comienza con un canto personal del orante. Alza su voz en el marco de la asamblea del templo o, por lo menos, teniendo como referencia el santuario de Sión, sede de la presencia del Señor y de su encuentro con el pueblo de los fieles. En efecto, el salmista afirma que «se postrará hacia el santuario» de Jerusalén (cf. v. 2): en él canta ante Dios, que está en los cielos con su corte de ángeles, pero que también está a la escucha en el espacio terreno del templo (cf. v. 1). El orante tiene la certeza de que el «nombre» del Señor, es decir, su realidad personal viva y operante, y sus virtudes de fidelidad y misericordia, signos de la alianza con su pueblo, son el fundamento de toda confianza y de toda esperanza (cf. v. 2). 2. Aquí la mirada se dirige por un instante al pasado, al día del sufrimiento: la voz divina había respondido entonces al clamor del fiel angustiado. Dios había infundido valor al alma turbada (cf. v. 3). El original hebreo habla literalmente del Señor que «agita la fuerza en el alma» del justo oprimido: es como si se produjera la irrupción de un viento impetuoso que barre las dudas y los temores, infunde una energía vital nueva y aumenta la fortaleza y la confianza. Después de esta premisa, aparentemente personal, el salmista ensancha su mirada al mundo e imagina que su testimonio abarca todo el horizonte: «todos los reyes de la tierra», en una especie de adhesión universal, se asocian al orante en una alabanza común en honor de la grandeza y el poder soberanos del Señor (cf. vv. 4-6). 3. El contenido de esta alabanza coral que elevan todos los pueblos permite ver ya a la futura Iglesia de los paganos, la futura Iglesia universal. Este contenido tiene como primer tema la «gloria» y los «caminos del Señor» (cf. v. 5), es decir, sus proyectos de salvación y su revelación. Así se descubre que Dios, ciertamente, es «sublime» y trascendente, pero «se fija en el humilde» con afecto, mientras que aleja de su rostro al soberbio como señal de rechazo y de juicio (cf. v. 6). Como proclama Isaías, «así dice el Excelso y Sublime, el que mora por siempre y cuyo nombre es Santo: "En lo excelso y sagrado yo moro, y estoy también con el humillado y abatido de espíritu, para avivar el espíritu de los abatidos, para avivar el ánimo de los humillados"» (Is 57,15). Por consiguiente, Dios opta por defender a los débiles, a las víctimas, a los humildes. Esto se da a conocer a todos los reyes, para que sepan cuál debe ser su opción en el gobierno de las naciones. Naturalmente, no sólo se dice a los reyes y a todos los gobiernos, sino también a todos nosotros, porque también nosotros debemos saber qué opción hemos de tomar: ponernos del lado de los humildes, de los últimos, de los pobres y los débiles. 4. Después de este llamamiento, con dimensión mundial, a los responsables de las naciones, no sólo de aquel tiempo sino también de todos los tiempos, el orante vuelve a la alabanza personal (cf. Sal 137,7-8). Con una mirada que se dirige hacia el futuro de su vida, implora una ayuda de Dios también para las pruebas que aún le depare la existencia. Y todos nosotros oramos así juntamente con el orante de aquel tiempo. Se habla, de modo sintético, de la «ira del enemigo» (v. 7), una especie de símbolo de todas las hostilidades que puede afrontar el justo durante su camino en la historia. Pero él sabe, como sabemos también nosotros, que el Señor no lo abandonará nunca y que extenderá su mano para sostenerlo y guiarlo. Las palabras conclusivas del Salmo son, por tanto, una última y apasionada profesión de confianza en Dios porque su misericordia es eterna. «No abandonará la obra de sus manos», es decir, su criatura (cf. v. 8). Y también nosotros debemos vivir siempre con esta confianza, con esta certeza en la bondad de Dios. Debemos tener la seguridad de que, por más pesadas y tempestuosas que sean las pruebas que debamos afrontar, nunca estaremos abandonados a nosotros mismos, nunca caeremos fuera de las manos del Señor, las manos que nos han creado y que ahora nos siguen en el itinerario de la vida. Como confesará san Pablo, «Aquel que inició en vosotros la obra buena, él mismo la llevará a su cumplimiento» (Flp 1,6). 5. Así hemos orado también nosotros con un salmo de alabanza, de acción de gracias y de confianza. Ahora queremos seguir entonando este himno de alabanza con el testimonio de un cantor cristiano, el gran san Efrén el Sirio (siglo IV), autor de textos de extraordinaria elevación poética y espiritual. «Por más grande que sea nuestra admiración por ti, Señor, tu gloria supera lo que nuestra lengua puede expresar», canta san Efrén en un himno (Inni sulla Verginità, 7: L'arpa dello Spirito, Roma 1999, p. 66), y en otro: «Alabanza a ti, para quien todas las cosas son fáciles, porque eres todopoderoso» (Inni sulla Natività, 11: ib., p. 48); y éste es un motivo ulterior de nuestra confianza: que Dios tiene el poder de la misericordia y usa su poder para la misericordia. Una última cita de san Efrén: «Que te alaben todos los que comprenden tu verdad» (Inni sulla Fede, 14: ib., p. 27).

[Texto de la Audiencia general Miércoles 7 de diciembre de 2005]
ESTOY AGRADECIDO POR TANTO BIEN QUE ME HACES SEÑOR.